lunes, 31 de marzo de 2014

Y el verbo se hizo arte

“… era capaz de reflexionar sobre el misterio de su origen, de estudiar el extraño y tortuoso sendero por el cual había surgido desde la materia estelar. Era el material del cosmos contemplándose a sí mismo. Consideró la enigmática y problemática cuestión de su futuro. Se llamó a si mismo humano. Y ansió regresar a las estrellas." Carl Sagan.

El arte es un milagro porque sublima el alma, cualquier ser con un ápice de humanidad no puede permanecer impávido ante la marea que desatan Mozart, Vivaldi, Bach, Tchaikovsky o incluso Paganini, el concertista del diablo. Quién no se pierde entre las sombras perfectas de Caravaggio de Miguel Ángel o de Rembrandt o debatido entre Descartes, Kant o Nietzsche. El arte es un milagro en todas y cada una de sus expresiones, desde la música que es el fenómeno más maravilloso que puede producir el hombre, pasando por la pintura, la escultura, el cine y la filosofía, que es el Big Bang de la conciencia humana, todo es un milagro, una manifestación divina.
Nietzsche era fervoroso amante de la música, concretando en una de sus máximas más divulgadas que sin música, la vida sería un error. Máxima que choca al decir que Dios ha muerto. Creo yo firmemente que Dios no murió, al contrario, el Dios que Nietzsche hizo muerto y todos los dioses de todos los panteones se encarnaron y se hicieron uno que se nos muestra amoroso y benevolente desde que el hombre fue iluminado y bendecido con el don de hacer arte.
El arte lava y alivia las culpas y convierte en pérfidos a los santos, brinda identidad a los pueblos y ensalza los crímenes de las naciones haciéndolos parecer gestas heroicas, el arte exaspera el añil de la melancolía y el carmín de la sangre, lo vuelve todo subjetivo, tan subjetivo como la belleza.
Deberíamos todos rendir culto a lo bello, a la belleza del amor y de la alegría, pero también a la belleza lúgubre de la tristeza y del luto, a la belleza ardiente de la pasión y el odio.

El arte nos vuelve dioses y hombres, porque nos conecta con la majestad de lo divino gracias a la armonía, sea armonía del color, de formas, de sonidos, pero armonía perfecta. Y nos vuelve hombres, nos recuerda nuestra gloriosa condición mortal porque nos penetra en el miedo, en la nostalgia, en la incesante e infinita lucha del hombre por volver a las estrellas.